Reconozco que, de todos, el embarazo de Clara fue el más inesperado. Tanto, tanto, que no daba crédito.

Pero que fuese inesperado no significa, NI POR ASOMO, que no fuese querido o deseado.

Parece que algo deseado es algo planificado, premeditado, pensado y calculado. En mi caso, en el nuestro, los niños no han venido así, pero no por eso han sido menos deseados que los de aquellas personas que sí los han planificado más.

Pues eso, que Clara nos pilló por sorpresa. Tanto que mi marido se quedó mudo, al modo Zacarías. Por suerte sólo de duró unas horas. Luego volvió a su ser.

Por esta mudez transitoria, porque al principio parecía un varón y por una promesa que hice el 24 de junio de 2011, Clara estaba predestinada a llamarse Juan, hasta la ecografía de la semana 20, cuando nos confirmaron que del varón que habían creído atisbar, no quedaba ni rastro. Era niña.

Y como nada sucede como pensamos y yo pensaba que se adelantaría y que pesaría poquito, Clara nació casi a término, en la semana 39 y pesó más que sus hermanos, 3.300 kg. Fue el 6 de julio de 2012, festividad de Santa María Goretti.

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El parto fue fácil y muy emocionante. Y es que nos sucede una cosa muy curiosa. En cada parto he sido un poco más consciente del milagro y la maravilla del nacimiento de una nueva persona. Y en cada parto me emociono más.

Este sábado nuestra pequeña cumple 1 año. ¡Cómo pasa el tiempo! Un añazo ya compartiendo la vida con ella.

En este tiempo he aprendido muchas cosas nuevas que no había aprendido hasta ahora. Lo primero es que los mitos, como mitos que son, se caen. Por eso lo de “la cuarta se cría sola” es un dicho que con Clara no tiene ni un ápice de fundamento. Duerme fatal, le costó pasar del pecho al biberón, del biberón al puré, etc.

El segundo mito caído es sobre los gustos de los niños. A la nuestra le gusta la fruta y el puré de pescado, hay que ser rarita, pero la queremos igual.

Con Clara también he confirmado que no sé enseñar a dormir solos a mis hijos, la eterna lucha de todos los días. “Tú déjala llorar y ya se dormirá”, jajajaja, me parto, no conocen el gen “anti-método-duérmete-niño-del-doctor-Estivill” de nuestros vástagos. Por eso hemos practicado el piel con piel y colecho más que con ningún otro (recordad que para mí lo importante es dormir y en esto el fin sí justifica los medios).

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Y con Clara, al igual que con sus hermanos, he redescubierto la maternidad. Como madre, Clara me ha aportado muchísimo. Más de lo que podía esperar de un cuarto hijo, quizá porque pensaba que ya me lo sabía todo. Su ternura, su dependencia, su necesidad de los demás, me han enamorado.

Muchas personas decidieron compadecer a nuestros otros hijos por el nacimiento de su hermana, qué imprudente es la gente. El amor de Josepe y mío por los niños, no ha mermado con la llegada de Clara, al contrario. Es como un descubrir a Clara y reencontrarnos con Bruno, Manuel y Sara.

Clara es pura dinamita. Es graciosa y lo sabe, espabilada, chantajista, redonda como una pompa, tierna, geniuda, lista y le echa un morro a la vida bastante importante. De la rama “manuelina” en lo físico aunque con más mezcla. Ojos muy vivos y hoyuelo cuando sonríe. Un bombón.

Sí se parece y no se parece a sus hermanos. Cada uno de su padre y de su madre, así son nuestros hijos. Pero cada uno, en su particularidad, en su ser persona, un regalo del cielo.

No entiendo la vida sin Clara (y sin los demás tampoco, pero hoy es su post). Y no soy la mejor madre del mundo, ni siquiera soy como me gustaría ser con ella, pero soy su madre, así que tendrá que conformarse.

Y es que alguien me dijo en una ocasión que la maternidad es un don, ¡qué razón más grande! Al menos es mi experiencia.

                               Clara

Cuando llego a casa, oigo los gritos de Clarita reclamándome y ME LA COMO A BESOS. Y así es nuestra vida de amor y riña constante. Ella me reclama, yo intento no consentirla, ella protesta, yo la consiento, ella se pasa de jeta, yo la riño, ella me camela, yo me desmonto y me la como… Y así en espiral constante. Qué paradojas más bonitas.